SU CURVA, MI FIJACIÓN.

No lo iba a confesar, pero lo sospeché desde aquella primera vez. Cuando se inclinó sobre la cama y la luz tocó esa curva como incitando al deseo. Cuando la tela se hundió entre sus nalgas generosas, grandes, perfectas. Ahí lo supe. Que me había perdido. Que el culo de Andrés se me había instalado en el centro del deseo.

Y esa noche, cuando volvió a mi casa, solo otra vez, sin prisa ni pretextos, decidí que no iba a fingir más.

Ni siquiera nos dimos un beso. Lo abracé por detrás apenas cerró la puerta. Le mordí el cuello. Le hablé al oído.

—Quiero tenerte de espaldas toda la noche.

Él se rió. Se dejó. Se pegó a mí. Pude sentir su contorno por detrás, apretado contra mi pelvis. Lo apreté. Lo acaricié por encima del pantalón. Lo tomé con ambas manos como si fuera pan caliente. Estaba obsesionado. No me importaba nada más. Quería morderlo, abrirlo, lamerlo hasta perder el nombre.

Lo llevé a la habitación. Le bajé el pantalón lentamente. No llevaba nada debajo. La carne tembló con el movimiento. Sus piernas sin resistir. Lo metí en la cama de rodillas. Lo separé con calma. Se dejó.

Era el  más hermoso que había tenido frente a mi cara. Redondo, suave, firme. El tipo de culo que no necesita poses. Que impone. Que pide sexo puro.

Mi lengua acariciaba su piel, de abajo hacia arriba, lenta, marcando el camino como si lo sellara con fuego. Él gemía. Me metí entre las nalgas. Lo rodeé con los labios. Volví a lamerlo. Él temblaba, se sostenía apenas con los brazos. 

Lo sujeté de las caderas. me deslice entre sus nalgas, mi cara contra su humanidad, más sensual, libre y apasionado.

—Sigue —me decía—. No pares. quiero sentirte todo.

Y lo hice. Con lengua, con dedos, con hambre. Introduje  un dedo despacio. Luego dos, luego mi virilidad se desbordó.

Mientras mis boca lo acariciaba. Mientras él se abría para mí. Me vine frotando contra la cama solo con su sabor. Me vine gritando su nombre.

Y no paré.

Use el vibrador que tenía guardado en el cajón. Él se impacientaba, el deseo lo absorbía, yo usaba la mano. Lo mordía. Me masturbaba yo también. No sabía qué me estaba dando más placer: verlo temblar o tener la cara hundida entre esos gluteos gloriosos.

Se vino. Gritó. Se desplomó sobre las sábanas.

Yo me quedé abrazado, acariciándolo como quien protege un tesoro. 

Besándolo como quien da gracias. No lo solté, sentí su calor, me sentí sensual.

Y le dije, con la boca aún en su piel:

—Nunca me dejes sin esto. Nunca.

Él giró la cabeza. Sonrió.

—Es todo tuyo.

Y lo fue. Lo es.

Ese culo… es mi fijación.

Scroll to Top